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La protagonista de esta historia renuncia a su vida en la ciudad para sumergirse en la profundidad salvaje de los bosques nevados Quebec. Una pequeña cabaña, un fuego siempre encendido, su libreta y su lápiz, una lámpara de aceite y lo imprescindible para sobrevivir serán su única compañía en un gélido invierno a 40 grados bajo cero. Su leimotiv: tozar una vida simple hasta alcanzar cierta autonomía. “Enfrentarme a mí misma en completa desnudez” para despojarse poco de un mundo devastado, que no ha sido capaz de escuchar los sollozos de la Tierra.
“Me siento sola como perro, pero encontré mi Norte”. En su bitácora registra la cruda transformación de la vida cotidiana y el miedo permanente en las oscuras noches solitarias. Encabañada es una estadía para preguntarnos por el motivo de nuestras vidas. ¿Acaso no somos sobrevivientes solitarios también en la ciudad, presos del reloj productivista, de las apariencias, y esclavos de una vida a crédito? Es un trayecto donde aflora la belleza, no exenta de dolores. “Anhelo tener la sabiduría del árbol de sándalo, que perfuma el hacha que lo derriba”. ¿Correr o no correr el riesgo? ¿Qué es defender la Tierra si no te has levantado a vivir en ella? Preguntas sobre la libertad ya no como una eterna promesa, “tiempo para pensar en lo que realmente importa”.