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La Revolución es comunización. Esto tiene tanta importancia como la tuvo, por ejemplo, el rechazo de los sindicatos después de 1918. No estamos afirmando que la teoría revolucionaria debe cambiar cada treinta años, sino que una considerable minoría proletaria rechazó los sindicatos después de 1914, y que otra minoría activa hizo una crítica de la vida cotidiana en los años 60 y 70. La IS traspasó los límites de la economía, la producción, la fábrica y el obrerismo porque, en esa época, desde Watts hasta Turín, los proletarios estaban cuestionando el sistema de trabajo y las actividades extralaborales. Sin embargo, ambos terrenos fueron atacados muy escasamente por los mismos grupos: los negros se amotinaron contra la mercantilización de la vida en el gueto, al mismo tiempo que obreros negros y blancos se rebelaban ante la perspectiva de ser reducidos a engranajes de una máquina, pero ambos movimientos fueron incapaces de fusionarse. En la fábrica, los trabajadores rechazaban el trabajo y a la vez exigían salarios más altos: el trabajo asalariado como tal nunca fue puesto en cuestión.
Con todo, hubo intentos de criticar el sistema en su conjunto, por ejemplo en Italia, y la IS fue uno de los canales a través de los cuales aquellos esfuerzos encontraron su expresión.
Es ahí donde los situacionistas siguen iluminándonos; y donde también quedan expuestos a la crítica.
El límite de la IS está en su aspecto más fuerte: una crítica de la mercancía que quiso volver a lo esencial sin poder alcanzar la esencia.
DE VUELTA A LA I.S.
-Gilles Dauvé, 2000.